Comienzo este comentario, lleno de dudas sobre cuál es el
enfoque que debería dar a la forma de describir mis sentimientos y sensaciones,
sobre un hecho que me ha conmovido, dolorido, sorprendido.
Me refiero a la muerte de mi amigo Domingo, si, si, Domingo
Alcantarilla, que me ha conmovido ante
el dolor que su falta ha causado, causa y causará, a su más allegados.
Sorprendido, porque aunque conocedor de la gravedad de su
enfermedad, su entereza cuando en conversación tratábamos precisamente sobre su
estado físico, nada podía hacernos pensar en un desenlace tan cruelmente corto
en el tiempo.
He dicho antes que además conmoverme, y sorprenderme, me ha
dolorido.
Me ha dolido su propio dolor, me ha dolido la falta del
amigo, pero debo confesar que me
duele más, porque casi todos tenemos seis u ocho amigos por los que se siente un
muy especial afecto, como era éste el caso
Pero este dolor se acrecienta porque si bien de la práctica
totalidad de este grupo de amigos he disfrutado de su trato durante muchos
años, en tu caso, Domingo, a pesar de habernos conocido toda nuestra vida
(diferencia de meses en edad), apenas nos habíamos tratado, hasta que hace
apenas dos años, el trato con un común amigo (en verdad, algo más que amigo),
Joselito Cuevas, provocó un contacto más directo entre nosotros, hizo que nos
conociéramos mejor, que te conociera mejor, que
después de tantos años descubriera en ti, cualidades insospechadas de
entrega y solidaridad con tu prójimo.
Cualidades que en ocasiones he aprovechado en mi propio
beneficio, al sumarme a los paseos con nuestro querido Juan, convirtiendo en
cuarteto lo que habitualmente era trío.
Has dejado en mí huella, es mi propósito, en lo sucesivo
imitarte en actitud y comportamiento.
Espero Domingo, que cuando se me dé la misma circunstancia de
ausencia, al igual que en tu caso, se pueda decir de mí, que fui buena persona,
buen hijo, hermano, esposo, padre y abuelo… además de amigo de mis amigos.
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